Ignatius Farray nació en Tenerife, estudió Ciencias de la Información en Madrid y descubrió el stand-up en Londres, convirtiéndose en converso de por vida a la religión del micro.
"¿Habría que desistir por completo de ver y escuchar a Ignatius?", se preguntan algunos. Pero, esas apasionadas confesiones, a las que, llevados por su cortedad intelectual, algunos podrían acusar de poseer una sensualidad gratuita son las más estrictamente funcionales en el desarrollo de una tragicómica actitud que apunta, sin desviarse ni un ápice de su objetivo, nada más y nada menos que hacia UNA APOTEOSIS MORAL.
Es un hombre horrible, abyecto, un ejemplo flagrante de lepra moral, una mezcla de ferocidad y comicidad que acaso revele una suprema desdicha. Es afectado hasta rayar en lo ridículo. Muchas de sus opiniones sobre las mujeres y el sexo son ridículas. Cierta desesperada honradez que late en su confesión no le absuelve por sus "gags" de diabólica astucia.
Es anormal. No es un caballero. HAY POCO QUE APRENDER DE BESTIAS ASÍ. Pero... con qué magia esos mismos "gags" conjuran en nosotros una ternura, una compasión hacia Ignatius que hace que nos sintamos fascinados por el personaje...
Como exposición de un caso clínico, las actuaciones de Ignatius, habrán de ser, sin duda, una obra clásica en los círculos psiquiátricos. Ignatius encierra una lección general que nos previene contra peligrosas tendencias y señala males potenciales.
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