viernes, 26 de junio de 2009

Cerezas


Hemos llegado acalorados y deseando ducharnos, lo cual no era extraño, más de treinta grados y una humedad mortal. Mientras él se duchaba yo trasteaba por la cocina buscando algo fresco.
Al abrir las he visto frente a mí.
Rojas, brillantes, henchidas de su propio jugo, provocadoras, cruelmente hermosas. Un bol de cerezas me ha hecho sonreír con cierta malicia. He agarrado un puñado y las he colocado entre el canalillo de mis pechos.
Es una delicia sentir el frescor de la fruta sobre la piel, refresca y provoca al mismo tiempo. Me he metido una en la boca, mientras la masticaba he llenado un vaso enorme de agua; estaba helada.
Una gota ha impactado sobre mi pie descalzo. Doble placer.
No sé por qué, a veces me pasa sin más. Me dejo inundar por la sensualidad de las cosas. Me da igual que sean unas cerezas, que el frío tacto del cristal y el contraste con el calor de mis muslos o la húmeda caricia del agua. Lo siento llegar desde algún lugar, dentro de mí, y me inunda, sin más. Y yo me dejo alcanzar por esa magia, hechizada por el secreto embrujo de la consciencia.
- ¿Qué haces?
- Me estoy comiendo las cerezas.
- Joder, la madre que te parió. Pero ¿tú te has visto la pinta de zorra que tienes?
- ¿Quieres una? – le he dicho sonriendo.
Tenía razón. Estaba sentada en la mesa de la cocina con el bol helado entre las piernas.
Le he mirado con cara de guarra y me he metido una cereza en la boca. Muy despacio...

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