Todos hemos escuchado alguna vez al universo mientras nos grita.
Espero poder romper algún plato el día que no le escuche, puesto que el llanto ensordecedor de las avispas hacen que los resfriados obtengan más denotaciones que cualquier meditación Indú.
Es mucha la gente que sin conocerme de antemano me obsequia con sonrisas melancólicas mientras paseo al son de la Navidad. ¿Qué se puede esperar de esta especie de muchedumbre? Lo único que huele mal son las cloacas, allí el olor no existe, solo sales desnutridos hiriendo moléculas de sabor, siempre es mejor languidecerse que observar el amanecer sin pautas de resfriado.
La gobernabilidad se impone ante la ley. Las grapas y los poemas se enfrentan para lucir objetos desenfrenados.
Que dolor.
No esperes que haga gran cosa, tu sabrás cuales han sido los fetiches del pasado que más te han sobrevalorado. Nunca se sabe bien por donde pegará el viento, y aunque creas saberlo siempre se te rompe algo antes y acabas por llorar. Que fracaso más grande. ¿Quien me hubiera aconsejado delimitar mis actuaciones a conceptos más sabáticos? Tu no creo que hayas sabido nunca donde están los géneros de asistencia, pero siempre te han dado una oportunidad cuando lo has pedido.
Creo que sabrás agradecerlo.
Las escápulas del dolor serán a priori las que me obsesionen sin pautas a seguir. Dícese que el saber no ocupa lugar, pero si supiéramos cual es ese lugar obtendríamos más rendimiento alquímico. Los sabores no han de mezclarse con las calañas, es lo que me decía mi vecina mientras tejía cordones de almizcle. Cada vez que me supuraba la frente su oportuna mezquindad se me ofrecía por lares, incluso sin haberlo remezclado con anterioridad, incluso sin poder contener el llanto mientras agudecía su poder de fricción materna y nos acicalaba en sus brazos de poetisa.
¿Quién dijo que se podía mirar al cielo y no perder la calma? El día que conozca semejante aborigen no dudaré un instante en abalanzarme directamente hacía su cerebro y deglutirlo sin sabias pretensiones. No creo que otro parecer obtenga más resultados. No creo que la balanza vaya a socorrer a nadie mientras espera al autobús, puesto que su mayor derrota siempre será comparable a los almanaques de acero que solía derribar simplemente por aburrimiento.
Durante aquel terrible envite, su cazadora se derrumbó al suelo antes que su cabeza, pero eso nunca quiso decir que las manos tendrían suficiente voluntad para apoderarse de la maestranza, y más sabiendo que la categoría de su contrincante resultaba severamente inferior a la del sonido que se podía escuchar en el bosque.
La alternativa al poderío se obtenía mediante el tacto de las paredes. Y al saber que cabalgaba sobre el animal más antiguo de la tierra, quiso conducirlo al bucle de sensaciones que le corroían las entrañas. Pero él nunca quiso hacer daño a nadie, y eso lo sabemos todos, aunque intente esconder todo tipo de escudos milenarios en su casa.
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