Mi ropa de estar por casa se compone de un batín negro de raso y nada más. Ni siquiera uso calzado. Él está acostumbrado a verme con el batín puesto y yo estoy acostumbrada a los abusos y las caricias furtivas que me concede cuando paso por su lado.
Ese día antes de que él llegase a casa coloqué en mis muñecas unas muñequeras de metal. Estas muñequeras tienen una argolla cada una para atarme con las manos separadas o juntas y se cierran con una llave, yo tengo escondida una y él tiene escondida otra.
No sabría explicar bien por qué me las puse, creo que le echaba de menos y una buena manera de calmar mis deseos era sentirme suya. Tengo que decir que no me puse las de los tobillos porque aunque la temperatura en mi casa es muy agradable cuatro piezas de metal frío a la vez podía haberme alborotado la temperatura corporal, etc. ¡Que coño! No me apetecía.
Estuvimos prácticamente toda la tarde juntos en casa, salvo un momento que el se ausentó para bajar al coche, donde se había olvidado la bolsa del gimnasio.
Las caricias y los arrebatos se sucedían cada vez en intervalos de tiempo mas cortos, hasta que no pudo contenerse. Me sentó sobre la mesa del salón y besándome despacio, deshizo el nudo que entallaba el batín a mi cuerpo y me observó.
- Eres preciosa.
Simule que me ruborizaba y forcé al batín para que dejara uno de mis hombros al descubierto.
Tras unos segundos de admiración me quitó el batín entero y se le nubló la vista cuando vio las argollas frías chocar contra la mesa. Me agarró fuertemente de una muñeca hasta el punto de hacerme daño y me quejé.
- ¿Por qué te has puesto esto?
- Porque me apetecía.
Trastornado por el metal se fue a por las de los tobillos y las coloco despacio.
- Tienes que comprender que no siempre me dejas hacerte esto y tengo que aprovechar.
- Lo comprendo –susurré con la mirada fija en el suelo.
Me levantó de la mesa asida por la cintura y me llevo cerca de su sofá. Con un mosquetón unió las dos muñequeras y atando una de las tobilleras metálicas a una cadena se aseguro de que no me movería más de dos metros del sofá donde se disponía a leer.
Son muchos los sentimientos que me invaden cuando mi alma bipolar decide ser sumisa por un tiempo. Me rozaba con sus piernas y lamía sus manos. Me alejaba para que me echase de menos pero solo encontraba indiferencia y si volvía a acercarme sin que me lo pidiese me alejaba de una patada.Tres cuartos de hora aguanté ahí humillada, despreciada e ignorada.
A los tres cuartos de hora comencé a masturbarme delante de él a dos metros. La cadena sonaba cuando cambiaba de postura, pero él seguía leyendo. Me acariciaba, me pellizcaba, me tocaba como el lo hace mientras le miraba, erguido, serio, hierático inmerso en su lectura.
Su desprecio no provoco en mí otra cosa más que un orgasmo intenso que ahogue en un llanto desesperado, al ver que no había conseguido llamar su atención. Me acurruqué en el suelo duro y frío y permanecí ahí hasta que dando por terminada su lectura, me quito todos los metales y me arropo junto a él.
- ¿No te gusto? –pregunté melancólica.
- No sabes cuanto me ha costado ignorarte; me he limitado a darte lo que querías.
de Scortum
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